Especiales FÓRMULA 1

MAX, CHARLES Y LO QUE DEBERÍA SER…

09/07/2019. En Austria, los protagonistas de media docena de vueltas espectaculares renovaron el crédito de lo que todos esperamos de la máxima categoría…

En una temporada en la que Mercedes, con Hamilton a la cabeza, ha estado asfixiando la vida competitiva de la F1 desde la primera carrera, el Gran Premio de Austria, el domingo pasado, le ofreció a los fanáticos de todo el mundo una mínima muestra de lo que pretenden y de lo debería ser poco menos que una costumbre.
A menos que un colapso inesperado provoque lo contrario, Hamilton ganará su sexto título de pilotos este año, y Mercedes su sexto campeonato consecutivo de constructores.
Se los podría justificar a ambos por acumular estadísticas tan notables si las hubieran conseguido a través de algún tipo de desafío acorde con la envergadura de la máxima categoría mundial de automovilismo. Pero seis victorias y dos segundos puestos para Hamilton (en estos últimos, postergado por su compañero Bottas!), y ocho victorias, con seis 1-2 para Mercedes, en las ocho carreras iniciales muestran una imagen clara del abrumador dominio del equipo alemán y sus pilotos.
Sin embargo, en los 700 s/n/m del otrora Osterreichring, hoy convertido en el vertiginoso coliseo de la energizante Red Bull, el calor ambiente que reinaba en las pintorescas montañas de Estiria, le cobró una factura impensada a semejantes dictadores. Tan impensada, como contundente, resultó la demostración que hasta lleva a pensar –equivocadamente, según nuestro criterio- que una F1 “más genuina” subyace bajo el abúlico presente en que la sumieron, sobre todo, Mercedes y Hamilton.
Fué cuando Max Verstappen y Charles Leclerc aprovecharon una temperatura ambiente de 34ºC y más de 50ºC en el pavimento que, convertidos en los verdugos de los W10 de Hamilton y Bottas, abrieron el camino a una demostración a cargo de la primera fila de largada más joven de la historia (Charles y Max, ambos con 21 años) como hace varios años no se veía en la máxima categoría del mundo.
Sin embargo, hubo que esperar hasta la última media docena de vueltas, de las 71 que compusieron el GP austríaco, para que el maravilloso espectáculo se hiciera presente. Y no llegó sin sobresaltos…
"Después de ese comienzo, pensé que la carrera había terminado", explicó un eufórico Verstappen, cuando abandonó su Red Bull-Honda frente al cartel del nº1 tan ansiado.
Mientras que el polesitter Leclerc y su Ferrari controlaban impecablemente la carrera desde el liderazgo, Verstappen, quien lo había acompañado en una primera fila que extrañaba a los Mercedes (Hamilton, penalizado, largaba 4º y Bottas 3º) partía con exasperante lentitud. El primer pelotón también extrañaba a la otra Ferrari de Vettel (largó 9º por problemas mecánicos en la Q3) pero recuperaba a Verstappen, quien se reintegraba 7º cuando la carrera se estabilizó, a partir de lo cual entregaría una cuota de dramatismo, especialmente, reflejada por el “público naranja”, que duró hasta el banderazo final.


A esa altura, no muchos sabían que el holandés del Red Bull, si bien había hecho una gran concesión en la partida, aún guardaba su as en la manga bajo la forma de una detención por neumáticos nuevos mucho más tardía que la de cualquiera de sus rivales.
Algo que comenzó a demostrarse cuando, con caucho más desgastado, tanto Vettel como Bottas no pudieron ofrecerle demasiada resistencia, liberando el camino de Verstappen hacia Leclerc quien, en situación similar a la de estos en materia de desgaste de los neumáticos, estaba a unos cinco segundos adelante aunque con poco camino por recorrer.
La batalla que se desarrolló, desde una aproximación vertiginosa, en las vueltas 68 y 69, entregó lo mejor que se haya visto en la era híbrida de la F1.
Que por ese breve lapso, recuperó aspectos olvidados por la máxima categoría. La incertidumbre sobre quién sería el vencedor de una carrera de F1 y el asombro por como dos pilotos llevan sus posibilidades y sus autos al límite, y sin concesiones, en pos de una victoria.
Lamentablemente, algo a lo nos hemos desacostumbrado, especialmente, en las últimas temporadas, con carreras tan aburridas como muy pocas veces hubo.
Es muy probable que lo sucedido en Austria haya sido la excepción y no la norma, y que en las próximas carreras se reanude “el desfile” de los GG.PP pasados. Sin embargo, esto todavía no ha sucedido y, por lo tanto, en el haber se pueden rescatar algunas cosas.
Por ejemplo, que habrá muchos años con posibilidades de enfrentamiento entre los dos jóvenes gladiadores de Austria; que Red Bull sigue demostrando que es capaz de hacer un auto ganador, con la posibilidad de que esta alternativa haya aumentado a través de un proveedor exclusivo de motores como Honda –que volvió a ganar en F1 luego de 13 años y por primera vez en la era híbrida- y que si bien los vaivenes de Ferrari a menudo son traicioneros para las aspiraciones de la legendaria marca, al menos, está demostrando tener un recién llegado al equipo que en solo nueve carreras ya demostró estar a la altura de su cuádruple campeón mundial.
Si bien esto no alcanzará para cambiar radicalmente el espectáculo que podría ofrecer la F1 actual, al menos no niega la posibilidad de ir avizorando el futuro. Un futuro que bien podría ser diferente en tanto las reglas cambien lo suficiente para garantizarlo, y ese será el momento para que estos responsables de los mejores 25 kilómetros de la historia reciente de la F1 vuelvan a demostrar el nivel de pilotos que hace a la esencia de la categoría más importante del mundo.
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