Como casi siempre sucedió en la historia de este singular Challenger, los cambios fueron internos, con leves retoques en su exterior, en buena medida por lo que anticipábamos: la exaltación de un estilo retro, que rinde culto a los muscle –o pony- cars de los 60/70 que tanto fascinan todavía hoy a los norteamericanos más conservadores.
Sin embargo, la casi nula evolución de su estilo (se mantiene inalterable desde 2008, luego de adoptar la silueta del Challenger de los 60/70), tiene su contrapartida en el interior, con pantalla de información y entretenimiento, nuevo volante, instrumental con grafía moderna y bien legible, palanca de cambios muy actual, display central en colores y varios comandos más, heredados de otros modelos de última generación de la marca.

No se queda atrás en otras alternativas de reciente aplicación, como control de crucero adaptativo, alarma de cambio involuntario de carril, aviso de zonas muertas en los retrovisores, ayuda para salida de estacionamiento y sistema de frenado automático en caso de inminencia de colisión.
También adopta la caja de cambios A8 del Chrysler 200, aunque a diferencia de este, en el Challenger está montada en forma longitudinal y es la primera ocasión en que este modelo utiliza dicha unidad de alta complejidad tecnológica.

En materia de motores, trae variantes V6 y V8 de hasta 485 CV que, junto a un precio competitivo, un chasis que trae desde hace tiempo suspensiones traseras independientes y un estilo inigualable y único en relación a sus rivales, hacen que al Challenger no le falte nada, no solo para poder competir contra sus evolucionados rivales, sino para convertirse en un ícono del más acendrado tradicionalismo en el mercado automotor norteamericano.
El Salón de Nueva York, donde este Dodge Challenger debutó y se está exhibiendo, es fiel testigo de su aceptación.